Todos aquellos que empezamos a patinar en los años 80 conservamos un lugar en nuestro corazón para una película como ‘Thrashin»: pools, rampas de vertical, descensos, freestyle, los Daggers o las calles de Los Ángeles hicieron que un sub-producto Hollywoodiense como éste, obvio, tosco y mal interpretado hasta límites sonrojantes, se convirtiera en un icono del skateboarding hasta nuestros días.
No vamos a revisar ‘Thrashin» por sus méritos cinematográficos, que alguno tendrá, si no por la importancia cultural que tuvo la peli en un momento, 1986, donde el tirón innegable del patín se convirtió en fenómeno mundial. Y no fue algo demasiado premeditado. La labor oscura pero incesante de las viejas marcas como Santa Cruz, Powell Peralta, G&S, Sims o Independent empezó a dar sus frutos a mediados de los 80, precisamente gracias a la llegada de los reproductores de vídeo a las casas. En tan sólo tres años, los chicos de medio mundo pudieron ver en acción a sus skaters favoritos y no sólo a través de fotos, gracias a los primeros vídeos de Stacy Peralta y sus Bones Brigade. En este sentido, ‘Thrashin» se aprovechó del tirón de los ‘home videos’ y se convirtió en la primera película skater en toda regla. A pesar de ello, su triunfo mundial se produjo gracias a las estanterías de los vídeo clubs de barriada.
Estrenada en USA en agosto de 1986, ‘Thrashin» no es más que la sempiterna historia de ‘Romeo y Julieta’ de William Shakespeare (o ‘West Side Story’, por ponerlo en términos más cercanos en el tiempo), pero en clave skate californiano. O sea, chico conoce a chica, chico se cepilla a chica, chico pierde a chica a causa de tendencias macho-alfa descontroladas, y chico recupera a chica y comen perdices. Para qué liarse con sub-tramas, debieron pensar en los despachos. Total, es para skaters, no la liemos. El conflicto aparece cuando nos damos cuenta que la rubiaca por la que cae rendido el protagonista es ni más ni menos que la hermana del líder de su pandilla enemiga.