La belleza de Irlanda es de otro mundo. Arquitectura centenaria masticada por el tiempo y la tempestad, vegetación exuberante llena de bultos, iluminada por fragmentos de luz que rompen densas nubes y la macabra niebla. Todo esto es suficiente para dejarte sin aliento, si la atención no estuviera ya desviada hacia un espectáculo aún más grandioso: las olas, salvajes y espeluznantes, a veces monstruosas pero siempre efímeras, y los seres humanos que las surfean.